febrero 04, 2003
Esta semana naufragó el submarino inglés Cholerah a 40 kilómetros de Málaga, el tercero en naufragar en aguas del Mediterráneo desde la primavera 2001. Como supimos desde el martes, cuando Xiébar Aranzábal, un marinerito sin complejos, tiró su anzuelo en una parga e hizo contacto con el mastodonte militarizado de 12,000 toneladas, el Cholerah intentó cruzar sin autorización la ruta crítica que vigilan los torpederos del Ojo, como se autodenomina el puño político de los países subalpinos.
Un tema para hartarse (me tiene harto ya), saturado por la prensa internacional, que ataca en colmena.
Pero hay más. Como siempre. Bajo el tapete rugoso, sonrosado y lleno de insignificancias, uno se topa con la eléctrica frontera de la vida. Allí se hundió un Cholerah distinto, todavía suspendido, que putea las estadísticas en hermosos detalles.
I
El primero de ellos: las mascotas de la tripulación, empezando por Grafitti, el gato. De Grafitti se han recuperado tres fotografías, dos pertenecientes al verano que pasó con un anciano de terca suciedad, de quien parece haber huido, y una póstuma en la que dos voluntarios extienden su cadáver empapado, fantasmagórico y descompuesto.
Más vivos son los testimonios sobre Manganeso, el gallo, criado por cocineros del IV Regimiento Inglés y llevado al Cholerah de último minuto. "Éramos fantasmas junto a él", ha dicho un celador. "Nos disputábamos a golpes el espacio, que no es mucho en este tipo de embarcaciones, y Manganeso andaba por ahí, como el dueño."
Cejudo e intocable, a Manganeso le gustaba pasear por el cuarto de máquinas, quieto en sus decisiones, respetuoso del silencio de los operadores, neutral como Suiza. Y no muy tarde volvía a su rincón, enviando mensajes de obligación y cordura a los marineros del Cholerah. Uno de los últimos mensajes recibidos por el Guardacostas español, vía e-mail, se da tiempo en describir a Manganeso como "el tripulante más fatigado y cuerdo".
II
El toque melancólico llegó (latigazo) cuando el camarógrafo de Antena entró a los camarotes y se obstinó en abrir, una a una, las mochilas de los tripulantes. Brotó cada maravilla. Cepillos, bitácoras de viaje, insignias y metales, barras importadas de Watchamacalit, postales, lámparas, anteojos... y de un estuche insípido, como una emanación, cayó un ejemplar de Totems, el mejor álbum de Venus Emancipated.
¿Qué diablos tenía que hacer ahí, en el oleaje degollador del Cholerah? ¿Qué cómicos filos tiene la vida, además de los que ya sabemos? Una vez más: es tonto catalogar o juzgar una obra por su lugar y fecha de publicación, pues a fin de cuentas toma vigor según la interiorización (o el desaire) que suceda en cada uno. Totems salió a la venta en Inglaterra en la primavera de 1990, en los Estados Unidos tres meses después y por justicia de los elementos llegó al CD Player de mi automóvil en 1999, un matasellos personal que justifica su existencia y la mía. Jamás veré el Mediterráneo igual.
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